Gabriela Mansilla: “si sos trava y se nota, corrés peligro”

Por Julieta Domínguez

Fotografía tomada por la revista Haroldo.

Gabriela Mansilla trabajaba en una pizzería de su barrio en Merlo, al oeste del Gran Buenos Aires. Apareció en boca de todos los medios porque su hija Luana, fue la primera niña trans en el mundo en obtener su DNI sin llegar a instancias judiciales. Sus nombres aparecieron en cada una de las portadas de diarios y pantallas de televisión. Se presentó como “El caso Lulú” pero Gabriela ya no quiere oír más de su hija como si fuera un caso. “Luana era la única niña trans visible, no la única que existía. No es la única niña trans del mundo ni de este país” dijo.

En el 2012 uno de los mellizos, de apenas cuatro años le dijo “Yo nena, yo princesa”. La psicóloga y la pedíatra le dijeron que era una fase. Que no se preocuparan. La retaron una y otra vez. Le dijeron “eso no se hace, sos nene”, “no te podés vestir así”. Luana lo seguía haciendo, pero esta vez a escondidas. Esto es de lo que más se arrepiente Gabriela, porque su hija ya no confiaba en ella y se escondía debajo de la cama o en el armario. “Hoy comprendo que la que no sabía nada del tema, era yo. Ella sabía bien quien era desde el día que nació” reflexionó al recordar cuando su hija usaba sus remeras de vestido y una toalla de peluca.

El camino no fue nada fácil pero cada uno de los logros y tropiezos, Gabriela los escribió en un cuadernillo para que su hija lo lea de mayor. Un día le compartió un par de textos a Valeria Paván, activista y coordinadora del área de Salud de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) y le pareció que debía convertirse en un libro. Hoy en día, “Yo nena, yo princesa” está declarado de interés general por el Honorable Senado de la Nación y está recomendado en el anexo nº 3 de la Ley de Educación Sexual Integral. Sin embargo, todavía falta trabajar la ESI junto a las familias, alumnos y docentes. “Además de no cumplirse y de que los docentes se resistan, ni siquiera contempla la diversidad de cuerpos” sentenció.

En los medios de comunicación informan sobre lo transgénero como una transición de un cuerpo a otro o lo presentan como “nació en un cuerpo equivocado” pero Gabriela, luego de años de activismo y de luchar por los derechos de los niños llegó a la conclusión de que un varón no se convierte en mujer ni una mujer se transforma en un varón. Antes era y ahora es. “La confusión la teníamos nosotros, los adultos. Al depositar en ese bebé, que todavía no nació, todas nuestras expectativas. Todos mis deseos, lo que va a hacer, qué es lo que quiero para ese bebe y qué es lo que espero. Pero si esa persona después, no cumple con las expectativas, me frustro”.

“También, el gran error es depositar la vida de las personas en los genitales y en base a esos genitales le hacemos una vida, le compramos ropa, le preparamos una pareja, un futuro, un estudio. ¿Para qué? Lo ideal sería esperar a que esa persona nos diga que siente, respetar desde el momento en que está en la panza” dijo Gabriela.

¿Cómo se pueden comenzar a de-construir estas acciones y conductas que nombraste?

Cada uno debe hacer lo que quiera, pero lo que yo quiero que entiendan es que, si en algún momento esa persona te llega a decir “no me siento como vos me estás nombrando”, “no quiero lo que vos me estas poniendo”, “no me gusta”, “no soy niña”. Tené la capacidad de dejar tu egoísmo de lado, escucha a esa criatura y no subestimes lo que te está diciendo. Nadie va a decir quién soy, más que yo misma. Nadie va a decir cómo me siento, más que yo misma. Pero tengo que tener al adulto que me escuche.

A través de su historia, muchas personas se contactaron con ella a través de las redes para comentarle que estaban viviendo situaciones similares y que no sabían cómo abordar el tema. Por ello, se formó la Asociación Infancias Libres, la cual tiene a más de 40 familias con niños/as y adolescentes trasgéneros del país. “Hoy estamos luchando por las infancias trans porque están en la escuela, en el barrio, porque van a hacer un deporte, porque necesitamos que se integren en la sociedad y no sean más excluidos”.

Además de la violencia y exclusión que padece el colectivo, conviven con la presión que le ejerce la sociedad a esa persona trans. Aceptamos a Florencia de la V, que gracias al dinero puede “parecerse” más a una mujer, pero nos reímos y violentamos a la que se le nota la barba o el bulto. Debido a esto, las travestis y trans de bajos recursos han recurrido a inyectarse silicona industrial en glúteos y pechos con el fin de ser aceptadas. “Si te sentís, parécete” suelen decir algunos. Es por esto que, desde la Asociación, luchan para que a los/as niños/as comiencen a amar ese cuerpo que les enseñaron a odiar. “Si en algún momento sentís que necesitas esas cirugías y tomar hormonas, tenés que saber que te atacan el hígado y los riñones. Pagas con tu cuerpo y con tu salud, el ser trans y encajar”. Gabriela lucha para que para que puedan vivir ese cuerpo trans libre. Libre de la mirada, de la violencia, del estigma, del estereotipo, de lo que la sociedad le exige.

“Como sociedad hay que empezar a hacernos cargo de lo que nos corresponde. De las miradas, de lo que hacemos o dejamos de hacer. Porque somos, de alguna manera, responsables por acción u omisión, de que hoy el colectivo trans tenga un promedio de vida de 35 años y un índice de suicidio del 40% ¿Por qué, por ser trans? No, porque la sociedad presiona, violenta, exige, reprime, obliga y discrimina constantemente” comentó.

¿Cómo te sentís al ser mamá de una niña trans y de que existan estos índices?

El mes pasado, una nena de 15 años fue a la plaza para comprarse un algodón de azúcar. Un hombre de 60 años se acercó y le dijo ¿cuánto cobrás? Ella le dijo –No, yo no cobro nada, no hago esas cosas- y la llevó a las vías y la abusó. En cuatro años, Lulú va a salir a la calle y tengo miedo de que sea otra más de las que ya no están o sufrieron, porque si sos trava y se te nota, corrés peligro.